Todos recordamos los platos típicos de la cocina criolla de los festejos del 25 de mayo de cuando éramos niños. A más de uno nos tocó alguna vez disfrazarnos con trajes de época para el acto escolar y cantar a viva voz versos sobre los manjares nacionales. “Vendo empanadas calientes para quemarse los dientes” o “Mazamorra calentita para llenar la pancita”. Pero…¿cuánto hay de cierto en los pregones que siempre repetíamos en los actos patrios? A continuación, te contamos los datos más curiosos sobre los platos típicos de 1810.
Cocina criolla fría: las empanadas no se comían calientes
El periodista e historiador Daniel Balmaceda, autor del libro La comida en la historia argentina, desmitifica el verso sobre uno de los platos más populares de la cocina criolla. En una nota del diario Clarín, el autor señala: “generalmente las vendían señoras fornidas que vivían en las afueras y venían con sus canastos cargados. Por más que las cubrieras con un género, las empanadas llegaban bien frías”.
Los postres criollos: la mazamorra y ¡el helado!
Se sabe que la mazamorra era uno de los platos típicos dulces por excelencia. Al igual que las empanadas, el historiador destaca que este postre ─hecho a base de maíz, leche y azúcar─ tampoco se comía caliente. Es por esto, que los verdaderos cantos de la época eran “mazamorra cocida, para la mesa tendida” o “mazamorra espesa, para la mesa”.
Mazamorra, plato típico de la cocina criolla
Tal como lo indica la portada de su libro ─imagen de San Martín tomando helado─, Balmaceda pone énfasis en la existencia de este dulce ya en el siglo XIX. El escritor pudo corroborar, a través de otros historiadores, que el gran prócer tomaba helado de vainilla en la Alameda mendocina junto a su esposa, Remedios de Escalada.
La elaboración del helado era una ardua tarea. Un hombre a caballo traía hielo desde la montaña y este era colocado en un balde de madera con sal gruesa para mantener la temperatura. Luego se agregaba una pizca de estaño con crema de vainilla y ¡listo para comer!
Entre los postres más populares, también se encontraba el arroz con leche, los pasteles con dulce y la yema quemada. Por su parte, el membrillo con queso ya era un postre nacional. El dulce de batata llegaría con posterioridad.
El durazno, protagonista indiscutido
El durazno abundaba a lo largo y ancho del país. Además de comerse como postre, esta fruta también era de suma importancia para la cocina criolla, ya que se usaba para mitigar el gusto de la carne excesivamente salada de la época. Por esta razón, era habitual incorporar durazno en rodajas o pulpa en las carbonadas criollas.
El mate, el “cóctel” de las fiestas
Por aquel entonces, el vino todavía no era el fuerte de la región de Cuyo. Por ello, se acostumbraba a beber mate de calabaza, chocolate caliente y a comer bizcochitos entre baile y baile de las populares fiestas de la época.
Mate de calabaza
Cocina criolla a domicilio
El historiador destaca un hecho llamativo sobre los días anteriores a la Revolución de Mayo. En el día 22, más de 200 personas se reunieron a debatir en el Cabildo. La reunión se extendió por más de doce horas y los miembros de la junta pidieron comida a domicilio. Andres Bernal, un fondero de la zona, les llevó botellas de vino, chocolate caliente y bizcochos.
La carne vacuna, lujo de perros callejeros
Balmaceda hace explícita en sus páginas la abundancia de carne en el país. El autor relata que era habitual en el siglo XIX encontrar ganado vacuno en las calles. Se dice que, al sentir hambre, la gente simplemente le quitaba la lengua a la vaca y dejaba el resto del animal tirado en el camino. Por esto, Buenos Aires era conocida como “la ciudad con los perros y las ratas más gordos del mundo”.
Gauchos a punto de comenzar un asado
